Es ley de vida. O la ley 'del ex'. Aunque en este caso ni siquiera se puede considerar ex a Okazaki. Pero el caso es que el japonés, que volvía a La Rosaleda con el Cartagena, mató al Málaga CF en el último suspiro de un partido en el que lo había hecho casi todo bien. Un empate que sabe a muy poco y un ligero atisbo de optimismo en la afición -por el buen partido de los suyos- es lo que deja este encuentro tras el pitido final. Pero el miedo también sigue ahí.
Más ordenado en defensa, consciente de los peligros que traía el Cartagena en su fila ofensiva, el Málaga ofreció una imagen bastante aceptable durante la primera media hora de partido. Acechando la portería de Marc Martínez, creando alguna que otra ocasión y haciendo a la afición levantarse de sus asientos en cada jugada a la contra. Eso sí, lo poco que llegó el cuadro de Luis Carrión a la portería defendida por Barrio, asustó a más de uno.
El VAR fue protagonista en las primeras embestidas de ambos equipos. Primero, anulando -bien- un penalti que había pitado anteriormente Ais Reig sobre Álvaro Vadillo y que finalmente acarreó amarilla para el de Puerto Real por fingir la caída en el área. Minutos más tarde, Gallar se quedaba solo ante Dani Barrio y batía al meta sin ningún problema. Pero los jugadores del Málaga pedían una falta previa sobre Javi Jiménez y el gol no subió al marcador y La Rosaleda todavía pudo respirar tranquila.
La falta de confianza de los jugadores de arriba y la dificultad para salir con velocidad a la contra crearon un leve runrún en la grada que, por suerte, apenas duró unos minutos.
Ya en el descuento, Brandon tuvo una ocasión clarísima pero el balón, muy flojo, se fue directo a las manos de Marc.
Salió a morder el Málaga en la segunda, con la moral por las nubes y con múltiples llegadas a la portería del Cartagena. Hasta en tres ocasiones recuperó un mismo balón hasta que finalizó del todo la jugada. Al público del estadio de Martiricos por fin le gustaba lo que estaba viendo y se notaba en cómo apretaba a sus jugadores.
Y llegó el ansiado premio para los seguidores y para un Brandon Thomas que emergió de la nada para meter la cabeza entre la defensa blanquinegra y batir a Marc Martínez con un gol que abría, por fin, la puerta de la esperanza en el malaguismo. La asistencia, de un Vadillo que estuvo providencial botando una falta encima de la línea de fondo.
Se montó la fiesta. La Rosaleda volvía a creer y notaba cómo el equipo también se lo estaba empezando a creer, peleando cada pelota y no dejando que la presión les pesara sobre los hombros. El tiempo pasaba y, a pesar de las múltiples interrupciones, el Málaga no perdía la concentración y trataba de buscar cuanto antes el segundo tanto, el de la tranquilidad.
Los cambios en ambos equipos y el desgaste físico ralentizaron el ritmo del partido, que había sido frenético durante la segunda parte. Pero llegó el tramo final del partido y tocó, como casi siempre con el Málaga, sufrir. El Cartagena fue con todo a por el empate y los de Natxo tuvieron que sacar sus mejores armas defensivas para impedirlo.
Hubo un gran susto en el tiempo de descuento, pero había un clarísimo fuera de juego que anuló el gol de Rubén Castro. Y tal fue el susto que al final la pesadilla se volvió realidad: Okazaki llegó en el último suspiro a dejar su sello en forma de chilena en una Rosaleda que se quedó con un sabor agridulce en los labios.
Comentarios
Publicar un comentario